Seguro que tú tampoco eres una excepción. Muchos de nosotros no somos capaces de recordar nuestra infancia, de hecho, es muy probable que no tengas ningún recuerdo anterior a los siete años. Además, seguro que también tienes la duda de si eso que crees recordar de tu infancia es un recuerdo real o es un recuerdo basado en alguna batallita que nos han contado nuestros padres o lo has sacado de alguna foto.
Una de las respuestas más habituales que obtenemos cuándo preguntamos sobre por qué no recordamos nuestra infancia es la de que los bebés y los niños pequeños no tienen una memoria completamente desarrollada, y que por ello no recordamos absolutamente nada. Sin embargo, se ha demostrado que un bebé de a penas seis meses es capaz de generar recuerdos que pueden durar meses.
Y por no hablar de los niños de tres a cinco años que pueden recordar sucesos que pueden haber ocurrido varios años atrás. Está claro que los recuerdos que se generan y la capacidad de memorizar de un niño pequeño no son como las de un adulto. Pero también se ha visto que los niños y adolescentes tienen recuerdos de edades más tempranas que los adultos. Lo que sugiere que el problema no está tanto en generar recuerdos sino en la capacidad para mantenerlos o recuperarlos.
El lenguaje influye en la forma en la que recordamos nuestra infancia
Este fenómeno se conoce como amnesia infantil y los psicólogos aún no han sido capaces de entenderlo completamente. Otra explicación que recientemente está cogiendo más fuerza es la influencia del lenguaje en los recuerdos. Varios estudios han demostrado que la capacidad que tiene un niño para verbalizar y explicar con sus propias palabras lo que ha sucedido influye en la capacidad que tendrá en un futuro para recordar esos hechos.
Un estudio publicado en la revista científica «Law and Human Behavior» concluyó que los recuerdos que no se han hablado se pierden. Para comprobarlo entrevistaron a niños entre uno y cinco años que habían llegado a un hospital por accidentes comunes en la infancia. Los niños que tenían más de 2 años y que por lo tanto habían sido capaces de relatar lo que les había ocurrido lo recordaron hasta cinco años después. Sin embargo, los niños menos de dos años que no podían hablar de lo ocurrido no fueron capaces de recordarlo transcurridos unos años.
Pero esto no lo es todo, porque existe una parte social del lenguaje que al parecer es la que más influye en los recuerdos. Porque cuando nuestros padres nos cuentan hechos pasados, también nos están enseñando habilidades narrativas, nos enseñan qué eventos son importantes como para recordarlos. No se trata sólo de recordar eventos pasados, si no que existe una función social de compartir experiencias pasadas con los demás.
La cultura podría influir en la forma en la que creamos nuestros recuerdos
De esta manera, las historias familiares permiten que los recuerdos perduren en el tiempo. Facilitan que se recuerde la cronología de los acontecimientos y el grado de emoción. Los recuerdos tienen diferentes funciones sociales según la cultura y eso influye en la cantidad, la calidad y la oportunidad de recordar los primeros momentos autobiográficos. De hecho, los adultos maoríes tienen los recuerdos de la infancia más tempranos que cualquier otra sociedad estudiada. Recuerdan hechos de cuando tenían dos años y medio, y se cree que es debido a la costumbre que tienen los padres maoríes de contar historias familiares.
¿Por qué nos parece que el tiempo pasa más rápido cuando envejecemos?
Todavía quedan muchas incógnitas por resolver respecto a la amnesia infantil, aunque los investigadores continúan haciendo progresos. Ya existen estudios que se encargan de documentar todos los hechos ocurridos desde la infancia para poder explicar en un futuro qué es lo que realmente recordamos los adultos. Además, la neurociencia por su parte también ayudará a explicar el desarrollo de la memoria.
Es curioso darse cuenta de que aquello que menos recordamos, que es nuestra infancia, es lo que más ha influido en forjar la persona que somos actualmente. Pues los primeros años de vida dejan huellas permanentes en nuestro comportamiento. Y tú, ¿puedes recordar algo de tu infancia?