La adicción a las drogas o incluso al sexo provoca cambios en el cerebro que pueden detectarse incluso después de la muerte. Este hecho, no sólo permite a los forenses determinar cómo vivían sus pacientes y cómo pudieron haber muerto. Si no que además, este descubrimiento permitiría averiguar por qué es tan difícil deshacerse de una adicción.
Cuando llevamos a cabo actividades muy placenteras para nuestro cerebro, como consumir drogas o tener relaciones sexuales, una proteína llamada FosB se activa en aquellas partes del cerebro que conforman lo que se conoce como circuito de recompensa. Tras combinarse con otras proteínas, FosB se une a los receptores celulares que promueven la expresión de ciertos genes neuronales. Estos a su vez alteran la actividad de las neuronas relevantes.
Otros estudios ya han demostrado que cuando las personas desarrollan adicciones, esa unión constante de FosB a los receptores provoca cambios epigenéticos. Es decir, su expresión genética se modifica debido a la adición de ciertas moléculas en su ADN. El resultado es una proteína ligeramente diferente conocida como DeltaFosB.
Las adicciones pueden detectarse en el cerebro durante mucho más tiempo de lo que pensábamos
DeltaFosB es una proteína mucho más estable que FosB, por lo tanto, persiste en el cerebro durante mucho más tiempo. Esto significa que produce efectos mucho más duraderos en la actividad neuronal. De hecho se cree que es la responsable de producir la ansiedad y la dependencia asociada a las adicciones.
Un nuevo estudio, publicado en la revista científica «Journal of Addiction Research and Therapy«, sugiere que DeltaFosB es la responsable de que muchos adictos sufran recaídas o sigan sintiendo esa adicción aunque haya pasado mucho tiempo. Ellos observaron cómo esta proteína estaba presente en el cerebro de adictos a la heroína que habían fallecido recientemente.
DeltaFosB se encontró en todos los pacientes examinados en aquellas regiones del cerebro responsables del placer y la memoria hasta nueve días después de la muerte. Los autores sospechan que esta proteína puede persistir durante mucho más tiempo en los individuos vivos, alterando la salud de estos pacientes durante mucho más tiempo de lo que se creía hasta ahora.
Esto permite enfocar las adicciones desde otro punto de vista y podría ayudar en el desarrollo de nuevas estrategias para el tratamiento de aquellas personas que tratan de superar una adicción. Al menos, quizás sirva para justificar un apoyo psicológico más sostenido en el tiempo debido a que ya existen pruebas físicas de que las adicciones pueden detectarse en el cerebro después de la muerte y seguramente, durante mucho más tiempo en los individuos vivos.